Tras tomar el poder mediante un golpe de Estado,
Napoleón Bonaparte atravesó los Alpes para enfrentarse a los austríacos
en Italia. Su gran victoria en Marengo fue la primera en su carrera por
el dominio de Europa.

A finales de mayo de 1800, llegó a París un boletín militar que
provocó una instantánea oleada de emoción. Era el primer informe que se
recibía sobre la marcha de la expedición militar del general Bonaparte
al norte de Italia, de donde quería expulsar al ejército del emperador
de Austria. Hacía apenas seis meses que el militar corso había dado un
golpe de Estado y se había convertido en el hombre fuerte de la
República francesa con el título de primer cónsul. Su campaña en Italia
era la primera que llevaba a cabo desde su nuevo cargo y todos estaban
pendientes del resultado. El boletín informaba de la primera etapa de la
expedición, la travesía de los Alpes. Emulando la gesta del cartaginés
Aníbal al pasar la cordillera con sus elefantes y lanzarse a la
conquista de Roma, Bonaparte había llevado a su ejército de 50.000
hombres por la ruta más directa, pero también la más difícil, a través
del paso del Gran San Bernardo. El paisaje grandioso era el marco ideal
para lo que el boletín presentaba como una gesta heroica: «El primer
cónsul ha descendido de lo alto del San Bernardo arrastrándose sobre la
nieve, atravesando precipicios y deslizándose sobre los torrentes».
Lo cierto es que el puerto, en plena primavera, seguía nevado y las tropas avanzaron con dificultad. Más tarde, la leyenda recordará la imagen pintada por David de un Bonaparte franqueando el paso montado en un caballo encabritado, aunque en realidad subió la cuesta a lomos de una mula, y a veces incluso a pie. Ya del otro lado de la montaña, el ejército atravesó Aosta sin encontrar más dificultades que la de sortear el fuerte de Bard, donde los austríacos habían emplazado una poderosa artillería.
Lo cierto es que el puerto, en plena primavera, seguía nevado y las tropas avanzaron con dificultad. Más tarde, la leyenda recordará la imagen pintada por David de un Bonaparte franqueando el paso montado en un caballo encabritado, aunque en realidad subió la cuesta a lomos de una mula, y a veces incluso a pie. Ya del otro lado de la montaña, el ejército atravesó Aosta sin encontrar más dificultades que la de sortear el fuerte de Bard, donde los austríacos habían emplazado una poderosa artillería.
¿Dónde están los austríacos?
La maniobra
francesa consiguió sorprender a los austríacos. Tras unas cuantas
escaramuzas, el primer cónsul llegó el 2 de junio a Milán. Su propósito
era atacar desde allí, por la retaguardia, al ejército austríaco del
general Melas. Bonaparte contaba con la ayuda de otro cuerpo del
ejército francés presente en Italia, concretamente en Génova, al mando
del general Masséna. Pero justo entonces éste decidió rendirse ante los
austríacos, que mantenían sitiada la ciudad, con lo que el ejército
austríaco al mando del general Ott pudo reunirse con los otros
contingentes para hacer frente a Bonaparte. Pese a ello, Bonaparte
decidió pasar a la ofensiva y, tomando la dirección de la ciudad de
Alessandria, en el Piamonte, empezó a perseguir a Melas. El 9 de junio,
Lannes, junto a la vanguardia del contingente de reserva, desbarató a
los austríacos del general Ott en Montebello. Cinco días más tarde, el
14 de junio, las tropas francesas llegaron a las afueras de Marengo,
pueblecito al sureste de Alessandria, a cien kilómetros de Milán.
Justo antes, sin embargo, Napoleón había cometido un grave error que estuvo a punto de costarle la derrota en la siguiente batalla. En efecto, ignorando dónde se encontraba exactamente el grueso del ejército austríaco y pensando que Melas rehuía adrede el combate, el primer cónsul había enviado diversos destacamentos en todas direcciones para intentar localizar al enemigo. En realidad, Melas se encontraba en Alessandria, y el mismo día 14 por la mañana partió de allí hacia Marengo, al encuentro de Bonaparte. De esta forma, las fuerzas francesas presentes en Marengo eran muy inferiores a las de los austríacos: unos 28.000 hombres frente a los 38.000 de Melas. El mismo Bonaparte ni siquiera estaba en Marengo cuando se entabló el choque por la mañana; se encontraba en un punto de observación próximo, dispuesto a reunir allí a sus tropas cuando detectara cuál era la situación del general enemigo.
El desarrollo inicial de la batalla puso de manifiesto la superioridad austríaca. A las ocho de la mañana, Melas lanzó la unidad de O’Reilly al asalto de la división Gardanne, a la izquierda de las líneas francesas; al principio, ésta se resistió, pero más tarde, golpeada por la artillería, se replegó y retrocedió hacia el pueblo de Marengo, que se convirtió entonces en el epicentro de la batalla. Los franceses trataron de resistir allí durante toda la mañana, con las divisiones comandadas respectivamente por Gardanne, Victor y Lannes. Hacia las diez, cuando Melas hizo entrar en escena a su caballería, se desató una lucha encarnizada. Sólo entonces compareció Bonaparte, convencido al fin de que el ejército austríaco estaba en Marengo.
Justo antes, sin embargo, Napoleón había cometido un grave error que estuvo a punto de costarle la derrota en la siguiente batalla. En efecto, ignorando dónde se encontraba exactamente el grueso del ejército austríaco y pensando que Melas rehuía adrede el combate, el primer cónsul había enviado diversos destacamentos en todas direcciones para intentar localizar al enemigo. En realidad, Melas se encontraba en Alessandria, y el mismo día 14 por la mañana partió de allí hacia Marengo, al encuentro de Bonaparte. De esta forma, las fuerzas francesas presentes en Marengo eran muy inferiores a las de los austríacos: unos 28.000 hombres frente a los 38.000 de Melas. El mismo Bonaparte ni siquiera estaba en Marengo cuando se entabló el choque por la mañana; se encontraba en un punto de observación próximo, dispuesto a reunir allí a sus tropas cuando detectara cuál era la situación del general enemigo.
El desarrollo inicial de la batalla puso de manifiesto la superioridad austríaca. A las ocho de la mañana, Melas lanzó la unidad de O’Reilly al asalto de la división Gardanne, a la izquierda de las líneas francesas; al principio, ésta se resistió, pero más tarde, golpeada por la artillería, se replegó y retrocedió hacia el pueblo de Marengo, que se convirtió entonces en el epicentro de la batalla. Los franceses trataron de resistir allí durante toda la mañana, con las divisiones comandadas respectivamente por Gardanne, Victor y Lannes. Hacia las diez, cuando Melas hizo entrar en escena a su caballería, se desató una lucha encarnizada. Sólo entonces compareció Bonaparte, convencido al fin de que el ejército austríaco estaba en Marengo.
El inesperado giro de la batalla
Kellermann
respondió a las cargas austríacas con sus dragones y frenó cuatro
asaltos seguidos, pero hacia las 14 horas, las líneas francesas
empezaron a ceder. Las divisiones de Lannes y de Victor retrocedieron
dejando allí parte de su artillería. La situación era cada vez más
comprometida y se complicó todavía más cuando el general Ott logró
hacerse con el pueblo de Castel Ceriolo, al norte, e intentó, desde esa
apertura, atacar a las tropas francesas por la retaguardia.
A primera hora de la tarde, todo indicaba que los franceses habían sido derrotados. Hasta tal punto era así que el general austríaco Melas, agotado por la jornada, decidió pasar el mando al general Kaim y partió a Alessandria para anunciar la victoria de su ejército sobre el primer cónsul francés. De inmediato, los correos partieron hacía las principales capitales europeas para transmitir la sensacional noticia.
Entre tanto, desde lo alto del campanario de un pueblo próximo, Bonaparte observaba cómo sus tropas se batían en retirada. En ese momento, lo máximo que podía esperar era que su ejército retrocediera de forma ordenada y sin sufrir demasiadas pérdidas; la derrota, en todo caso, era inapelable. Pero entre las 4 y las 5 de la tarde, el primer cónsul avistó en la lejanía al destacamento del general Desaix, uno de los que había enviado por la mañana en busca de las tropas austríacas. Tres horas antes, hacia la una, Desaix –un ardoroso general de 32 años que había combatido en el Rin y que había acompañado a Napoleón a Egipto, de donde precisamente acababa de regresar – había recibido un mensaje desesperado de Bonaparte: «Volved, por amor de Dios». Obedeció sin demora, y llegó a marchas forzadas al campo de batalla dispuesto a sostener al ejército en retirada. Rápidamente se improvisó una reunión de mandos, en la que participaron Berthier, Murat, Marmont y Desaix. Fue este último quien mostró mayor ímpetu. Informado de la situación, proclamó: «Hemos perdido una batalla, pero sólo son las cinco y todavía estamos a tiempo de ganar otra».
Bonaparte dio, pues, la orden de lanzar una contraofensiva, combinando todas las fuerzas disponibles en una acción conjunta. La infantería de Desaix se lanzó contra la columna principal austríaca, mandada por el general Zach. El propio Desaix murió en el ataque, de un balazo en el pecho, pero la artillería del general Marmont y una carga de la caballería del general Kellermann lograron desorganizar a las fuerzas enemigas. La acción coordinada de estos tres elementos dio un vuelco a la situación e hizo que las divisiones de Lannes y Victor, que llevaban retrocediendo desde principios de la tarde, volvieran a avanzar respaldadas por la Guardia Consular. Zach fue hecho prisionero junto a más de 2.000 de sus soldados. La sorpresa inicial de los austríacos se trocó en pánico y todos se batieron en retirada.
Contra toda esperanza, al anochecer del 14 de junio el ejército francés había quedado dueño del campo de batalla. Algunos batallones austríacos resistieron valientemente en la misma Marengo, mientras Melas retornaba a la acción para reunir a los fugitivos y ponerlos a salvo. Las bajas de unos y otros fueron considerables: cerca de 9.500 hombres por el bando austríaco, 963 muertos y 3.000 prisioneros, por 5.600 del lado francés, entre ellos 1.100 muertos.
A primera hora de la tarde, todo indicaba que los franceses habían sido derrotados. Hasta tal punto era así que el general austríaco Melas, agotado por la jornada, decidió pasar el mando al general Kaim y partió a Alessandria para anunciar la victoria de su ejército sobre el primer cónsul francés. De inmediato, los correos partieron hacía las principales capitales europeas para transmitir la sensacional noticia.
Entre tanto, desde lo alto del campanario de un pueblo próximo, Bonaparte observaba cómo sus tropas se batían en retirada. En ese momento, lo máximo que podía esperar era que su ejército retrocediera de forma ordenada y sin sufrir demasiadas pérdidas; la derrota, en todo caso, era inapelable. Pero entre las 4 y las 5 de la tarde, el primer cónsul avistó en la lejanía al destacamento del general Desaix, uno de los que había enviado por la mañana en busca de las tropas austríacas. Tres horas antes, hacia la una, Desaix –un ardoroso general de 32 años que había combatido en el Rin y que había acompañado a Napoleón a Egipto, de donde precisamente acababa de regresar – había recibido un mensaje desesperado de Bonaparte: «Volved, por amor de Dios». Obedeció sin demora, y llegó a marchas forzadas al campo de batalla dispuesto a sostener al ejército en retirada. Rápidamente se improvisó una reunión de mandos, en la que participaron Berthier, Murat, Marmont y Desaix. Fue este último quien mostró mayor ímpetu. Informado de la situación, proclamó: «Hemos perdido una batalla, pero sólo son las cinco y todavía estamos a tiempo de ganar otra».
Bonaparte dio, pues, la orden de lanzar una contraofensiva, combinando todas las fuerzas disponibles en una acción conjunta. La infantería de Desaix se lanzó contra la columna principal austríaca, mandada por el general Zach. El propio Desaix murió en el ataque, de un balazo en el pecho, pero la artillería del general Marmont y una carga de la caballería del general Kellermann lograron desorganizar a las fuerzas enemigas. La acción coordinada de estos tres elementos dio un vuelco a la situación e hizo que las divisiones de Lannes y Victor, que llevaban retrocediendo desde principios de la tarde, volvieran a avanzar respaldadas por la Guardia Consular. Zach fue hecho prisionero junto a más de 2.000 de sus soldados. La sorpresa inicial de los austríacos se trocó en pánico y todos se batieron en retirada.
Contra toda esperanza, al anochecer del 14 de junio el ejército francés había quedado dueño del campo de batalla. Algunos batallones austríacos resistieron valientemente en la misma Marengo, mientras Melas retornaba a la acción para reunir a los fugitivos y ponerlos a salvo. Las bajas de unos y otros fueron considerables: cerca de 9.500 hombres por el bando austríaco, 963 muertos y 3.000 prisioneros, por 5.600 del lado francés, entre ellos 1.100 muertos.